julio 01, 2010

¿Los científicos son peligrosos?: la victoria de la sandez

El más reciente Eurobarómetro de la Comisión Europea, dedicado a la ciencia y la tecnología, pone de relieve una vez más que quienes luchan contra la ciencia, contra el conocimiento, contra la visión crítica, contra la duda razonable y en favor de las más bastas supersticiones, no tienen mucho de qué preocuparse. Su mensaje de odio a la ciencia florece en todo el continente.

Cierto, que el 80% de los encuestados europeos dijeron estar interesados en la ciencia mientras que el 65% dijo estar interesado en el deporte, y de eso se agarraron algunos periódicos poco agudos para fingir informar a sus víctimas clientes consumidores lectores con algún chiste obvio y malo como "por qué la gente ve el fútbol y no a Punset", tontería sublime que no merece mucha atención salvo para preguntarnos desde cuándo "la ciencia" se llama Punset (que de tener apellido sería Newton, Einstein, Ramón y Cajal o Da Vinci). Pero divago.

El punto es que detrás de cifras como "61% de los ciudadanos se considera bastante o muy bien informado sobre los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos", o "74% de los ciudadanos cree que la investigación en colaboración en toda Europa financiada por la Unión Europea será cada vez más importante", o que "57% piensa que los científicos deben esforzarse más por divulgar su trabajo" (cosa que seguramente inspira terror en los duros corazones de los vendedores de misterio) hay una que no se ha destacado:

La mitad de los ciudadanos europeos
considera que los científicos son peligrosos

No encontré este dato en español, seguramente por torpeza, y lo conocí en el blog de ciencia del periódico The Guardian, de la mano de Eoin Lettice. El Eurobarómetro en cuestión, sobre ciencia y tecnología, tampoco está traducido al español. Yo lo consulté en inglés y la traducción es mía.

Las preguntas relevantes al avance de la estulticia promovida por los profesionales del ocultismo son las siguientes.
Ya no podemos confiar en que los científicos nos digan la verdad sobre temas científicos y tecnológicos controvertidos porque dependen más y más del dinero de la industria.
Europa: de acuerdo, 58%; ni de acuerdo ni en desacuerdo, 21%; en desacuerdo, 16%; ni idea 5%
España: de acuerdo, 57%; ni de acuerdo ni en desacuerdo, 16%; en desacuerdo, 20%; ni idea 7%

Sólo el 16% cree que entre esos sospechosos científicos haya personas honradas, éticas, que busquen la verdad, que quieran servir al prójimo y obtener conocimientos para mejorar nuestra vida. Sólo el 16%. Y sin embargo, 58% ha decidido que, dada la cantidad de mierda que los misteriólogos y sus palafreneros arrojan sobre el método científico, el conocimiento científico y las personas dedicadas a esta tarea, no confían en ellos.
La financiación privada de la investigación científica y tecnológica limita nuestra capacidad de entender las cosas a fondo.
Europa: de acuerdo, 50%; ni de acuerdo ni en desacuerdo, 22%; en desacuerdo, 19%; ni idea 9%.
España: de acuerdo, 51%; ni de acuerdo ni en desacuerdo, 18%; en desacuerdo, 16%; ni idea 15%.

Pero la gran pregunta fue:
Debido a sus conocimientos, los científicos tienen un poder que los hace peligrosos.
Europa: de acuerdo, 53%; ni de acuerdo ni en desacuerdo, 20%; en desacuerdo, 24%; ni idea 3%.
España: de acuerdo, 60%; ni de acuerdo ni en desacuerdo, 15%; en desacuerdo, 19%; ni idea 6%.

Lo aterrador es pensar en que ese 53% de europeos y 60% de españoles tienen una idea tan vaga del conocimiento científico que suponen varias cosas erróneas al mismo tiempo. Primero, que los científicos poseen un conocimiento que no comparten con el resto del mundo, cuando realmente la ciencia es una labor compartida, colectiva y abierta, y sus conocimientos son de todos. Segundo, que los conocimientos obtenidos por los científicos son utilizados en la práctica por ellos mismos (gracias, Flipy y demás perpetuadores del estereotipo hollywoodense más imbécil). Es decir, que ni los políticos, ni los empresarios, ni los generalotes, ni la gente en general, utiliza mal la ciencia. Una bomba nuclear está perfectamente bien en manos, digamos, de Ahmadineyad, Vladimir Putin o Benjamín Netanyahu, pero como le ponga las manos encima Juan Luis Arsuaga, aquí hay peligro y puede pasar algo horrible.

Estos dato seguramente será celebrado en los círculos de las revistas misteriológicas, los Cuartos Milenios y las Rosas de los Vientos, en las editoriales que ordeñan todo género de ficción empaquetada como "no ficción" y hasta como "filosofía", en los grupos de homeópatas, santeros, acupunturistas, videntes, tarotistas y otros holísticos alternativos cuyo pan y cuya sal (y cuyos jamones ibéricos, caldos de crianza impecable, latitas de caviar beluga iraní marca Almas y otros artículos esenciales para la supervivencia) dependen de que la gente esté lejos de la ciencia, el conocimiento y la razón.

Pero el triunfo y las gordas cuentas bancarias de los ocultistas pinchapichas no es la mayor  tragedia que implica el divorcio de la ciencia y el ciudadano de a pie. La verdadera tragedia es todo lo que pierde cada persona, cada familia, cada organización social y toda la comunidad nacional e internacional en su conjunto. Y es mucho